María del Carmen García Lombardía
Presenta
Reflexionando
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Un guerrero, un samurai, fue a ver al Maestro Zen, Hakuin y le preguntó:
-Existe el infierno? Existe el cielo? Dónde están las puertas que llevan a ellos? Por dónde puedo entrar?
Era un guerrero sencillo. Los guerreros siempre son sencillos, sin astucia en sus mentes, sin matemáticas. Sólo conocen dos cosas: La vida y la muerte. El no había venido a aprender ninguna doctrina; solo quería saber donde estaban las puertas, para poder evitar el infierno y entrar en el cielo.
Hauikin le respondió de una manera que sólo un guerrero podía haber entendido.
-Quién eres?- le preguntó Hakuin.
-Soy un samurai -le respondió el guerrero-.
Hasta el emperador me respeta.
Hakuin se rio y contestó:
-Un Samurai, tú? Pareces un mendigo!
El orgullo del samurai se sintió herido y olvidó para que había ido. Sacó su espada y ya estaba a punto de matar a Hakuin cuando éste dijo:
-Esta es la puerta del infierno.
Esta espada, esta ira, este ego, te abren la puerta.
Inmediatamente el samurai entendió.
Puso de nuevo la espada en su cinto y Hakuin dijo:
-Aquí se abren las puertas del cielo. La mente es el cielo, la mente es el infierno y la mente tiene la capacidad de convertirse en cualquiera de ellos.
Pero la gente sigue pensando que existen en alguna parte, fuera de ellos mismos.
El cielo y el infierno no están al final de la vida, están aquí y ahora.
A cada momento, las puertas se abren.
En un segundo se puede ir del cielo al infierno, del infierno al cielo.
Detalle
Dejo mi huella a fin que lleven tal
a vuestro hogar a sabiendas que
en estos lares hay alguien que en Ti piensa
y a puro sentir.
Dejo mi huella a fin que lleven tal
a vuestro hogar a sabiendas que
en estos lares hay alguien que en Ti piensa
y a puro sentir.

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